22 jul 2010

CUANDO LA PASION TE IMPULSA Y LA RAZON TE SUSTENTA


El camino del kayakista es tan particular como lo puede ser su vida.

La embarcación espera siempre. Entrar en contacto con el elemento de su propósito. Espera allí, mansa, recobrar vida ese día que el hombre desee posar su existencia y probar...sentir. El bagage de su conocimiento, técnica y fundamentos es algo así como el manual de escuela pronto a ser consultado pero no siempre por defecto, porque esto se da casi caprichosamente, sólo cuando el alumno adquiere la conciencia interna, el deseo y la voluntad de darle más base a su pasión. Porque es la pasión quien lo está comandando, quien está cavando hondo en su ser casi imperceptiblemente para dejar huella firme.

El medio siempre está allí también, el marco ideal para ese aprendiz, la elección de alejarse de lo mundano y conectarse de otra forma con la madre naturaleza. La simple invitación a algo diferente. Tras esto: la entrada a un portal oculto de analogías, simbolismos, el "otro viaje" exclusivo que puede llevarlo a lo sublime, la conexión directa con ese ser interno con quien nos cuesta conversar la mayor parte del tiempo.

Luego el hombre...el elemento no consumado, menos constante, más cambiante y particular de esta relación. Ese hombre tal vez corra con la suerte de ser ELEGIDO para traspasar de la actividad a la pasión, a la forma de vida, al sentimiento. Y luego devenir en kayakista, o palista, o remero... el término es lo de menos, lo importante es lo que se siente que uno es, lejos de la carcasa del ego, de la necesidad de triunfos externos, del reconocimiento. Muy imbuido de la humildad de asumir un sentimiento, un sentir, una motivación con tinte de absoluta pasión. Posiblemente allí ocurra el milagro de la mimetización de estos elementos. El puente a lo trascendental, asistir al espectáculo excelso de la danza de lo natural en su pura esencia, donde el factor humano queda olvidado porque habla el ser interno natural, parte de esa naturaleza.
El kayak me motiva a hablar, a contar, a compartir esta pasión que otros sienten. Me lleva a hablar de lo que siento más que de lo que hago. Porque en ese estar a flor de piel me hizo sentir más. Por Tierra del Fuego, por su historia, por su esencia, por su naturaleza, por las experiencias.

Sin embargo, hoy el kayak me lleva más allá del corazón y los sentimientos. Me lleva a hablar de la razón, fuera del agua también el pisar en tierra firme en otros aspectos.
Hace años incursioné en la actividad por accidente del destino. Esa fue la historia del inicio. Al kayak realmente no lo descubrí en el momento del inicio. Ni en el momento de comprar el Neko II que bauticé Avatar hace cuatro años, mi gran compañero. Fue el kayak el que me encontró a mí, me eligió de entrada y fue metiéndose con mucha sutileza dentro de mi ser convenciéndome de a poco de que iba a tener que ver conmigo mucho más de lo que yo pude haber imaginado.

Todo tiene su tiempo, su momento y su madurez...
Muchas veces vi kayaks en tierra, y en lagos navegando. No produjeron motivación alguna más que la observación del que piensa que podría dar un paseo relajante en el agua.
Con el tiempo fue el Avatar quien me fue enseñando el arte de su navegación. Muy de a poco. Templando mi miedo inicial, yendo claramente de un menos a un más. Esperó sabiamente que mis palpitaciones temblorosas dieran lugar a un relativo relax que se empezó a sentir tan bien, que cada vez también busqué avanzar un poco más adelante hasta encontrarme hoy totalmente sumergida en esta relación única y profunda que me define, pues ya no es una actividad ni una carrera, es una forma de vida para mí.
Por eso será que el roll y las técnicas de rescate llegaron en el momento que llegaron, cuando la kayakista estuvo tan madura como para sentirse tal y buscar lo primordial, lo esencial para estar bien. Cuando se enamoró de la actividad y buscó ir más allá no sólo en el bote, sino en sus orígenes, en su historia. Tal vez porque cuando uno está conectado con las cosas en la vida entiende que el por qué, cómo y cuándo y dónde son importantes.

Nos juntamos el domingo en el clásico monumento a los Caídos en Malvinas, sobre la costa marítima. El aire para un día de invierno era ameno. Los fueguinos tenemos una forma típica y única de medir el frío. A veces no se relaciona con el termómetro, el viento es el que manda, el que baja la sensación térmica real y la traspasa al cuerpo. La cercanía con el mar colabora otro tanto. Sólo al bajarte del vehículo para descargar el kayak vas a recibir la lectura final, si para el kayakista hace frío o no, porque todavía le falta meterse al agua, donde todo adquiere otro contexto, la actividad de por sí aquí es fría, no importa la estación.

Con el equipo obligatorio se prepara termo de café caliente, termo para mate y algo de comer, porque se sabe perfectamente que se va a tener frío al salir del agua y los compañeros se van a sentir reconfortados mas allá de la travesía. Es como un paquete al que no le puede faltar el moño. Eso da lugar a la charla posterior, los comentarios que muchas veces no se hacen en el agua. El momento esencial para descubrir las individualidades tras un sentir común, el amplio espectro que esta pasión puede albergar, la otra cara que a la "escritora" le alimenta la inspiración cuando el ser interno se ha desconectado por un momento.

El mar nos recibió poco amigable, diría yo. A mí en particular siempre me lleva unos instantes relajarme, habituarme a sus movimientos, a lo que éste plantea cada vez, pues es un organismo muy dinámico, lleno de vida. Pero esta vez...tenía un movimiento raro, el tinte de cuando " son mareas grandes", diría el antiguo poblador acá.
Ese mar agitado no generó comentarios. Pero sentí cierta tensión en el aire. Se presuponía que tras entrar cortando las olas que rompían en series todo estaría más tranquilo adentro. Pero no fue así.

Prefiriendo las zonas cordilleranas fueguinas llenas de color y magia, siempre pensé que el mar en Río Grande era una cosa hasta monótona y aburrida donde no había nada para deleitar la vista.
Qué equivocada estaba. Cuándo venís involucrado con ese mar levantado, atento a cada ola que rompe. Cuando toda tu atención y adrenalina está puesta en esos segundos, momentos vibrantes... pues ese anfiteatro donde todos tus sentidos han sido encrespados al máximo, es el más bello paisaje que la mente de un kayakista pueda repasar.

En mi batalla interior de miedo, incertidumbre de cómo cortar y atravesar esas paredes que me invitaban a algo que no sería fácil, me tomé unos breves instantes para mirar ese poderío con un pie dentro de mi bote, tal vez para juntar el coraje que me estaba faltando. Yo estaba muy fría. Meses sin remar, sin meterme al mar, no podía sentirme indiferente ante todo eso.
Marcelo me dió unos consejos de lo que él creía sería la forma más amena para mí de encarar esas rompientes, buscando entre sí una canaleta donde me sintiera cómoda para más adelante ir a reparar en una zona que parecía más tranquila. La verdad es que no podía escucharlo.Estaba muy metida para adentro. La más pura realidad que asumí siempre para mí misma es que: en el bote voy sola, debo hacer mi propio camino, nadie lo va a hacer por mí. Transitar el camino de los miedos, el desafío, el juicio, el estrés, la garra, el temple, la resistencia, la voluntad, las mil preguntas y la respuesta que debe salir de uno mismo también.

Y finalmente entré. Y me fuí abriendo camino en la espontaneidad del que todavía no sabe leer el mar, decodificarlo. Y sin quererlo busca su aprendizaje y su experiencia personal in situ. Pienso que cada uno de nosotros transitó su ruta. Se abocó a llegar más adentro donde luego nos conectaríamos otra vez como flota.
La idea inicial era poner proa al N a 14 kms. donde se encuentra la "isla de los lobos", un promontorio artificial mas adentro que fue elegido y poblado por una colonia de estos animales,que sólo pueden verse bien desde el kayak. Una vez dentro me indicaron que fuera al S, imagino que evitando condiciones más desfavorables hacia el N. El espacio para relajarse tras el ingreso fue breve. Esperaban rompientes adentro, en diferentes series. Algo nuevo para mí.

Una vez en el canal Beagle, navegando sus aguas con oleaje, me pregunté cuál sería el siguiente paso para mí, en este aprendizaje continuo, cómo sería encontrarse con olas rompiendo adentro , lejos de costa.
De pronto me encontraba ya inmersa en esta situación, sin esperarlo. Mirar hacia adelante o regresar por donde había venido suponía un trabajo inquietante para mí. He aprendido a llevar una especie de estrés o tensión controlada. La kayakista hoy se ve seducida por el desafío, es como si la naturaleza me llamara, en vez de buscar espantarme. Un desafío que llegó a su tiempo, que mirando hacia atrás era insospechado cuando le dije hace 4 años a mi marido que no me exija y no espere algo más de mí que probablemente nunca disfrutaría, porque yo sólo quería ser una kayakista de agua dulce y costera.

En la flota cada uno encontró y sorteó cada serie de rompientes que el océano trajo. En flota, porque siempre estuvimos juntos, conectados, observando, algo que fue muy solidario y muy efectivo.
Sin tener la lectura del mar del kayakista más diestro, observé en la marcha e improvisaba, la espera de cada mole que venía a desplomar su poderío de refilón en la proa del Avatar o detrás. Luego automáticamente la vista se fijaba otra vez mar adentro para prepararme para lo que el mar propondría otra vez. Interactuábamos internamente en forma madura, diría yo. Sin horror. Sin el exceso ilógico.

Pero este organismo viviente en su dinamismo no te ha de ofrecer jamás nada parejo, regular o equidistante. En un instante que miré hacia la izquierda como de costumbre, ví la formación de la que supe no podría escapar o eludir. Paralela a mí, a sólo unos metros. Una masa poderosa y magnífica para quien está sentado en el agua.Algo increíblemente perfecto.

Y me dispuse al abrazo. Con la sumisión del que sabe que esta ante algo nuevo y es probado. Con la disposición del que se abre al juego. Y le dí el cuerpo y la cubierta de mi compañero. Y me entregué al baño primero,y me dejé llevar como tantas veces en la costa, para sentirla. Su intensidad, sus momentos, su poder. Cómo te enviste, te arrastra y termina por desestabilizarte más adelante. Y al sentir la pérdida de gravedad, de estabilidad ,cuando el compañero derrapa de costado como jugando con ella, finalmente me rendí a esa fuerza como hipnotizada. Intimamente siento que en esencia ya no era tan violenta, o yo estaba tranquila. Sólo no puse resistencia y me rendí.

Y fuí al agua en lo que hoy veo como un vuelco ameno, de esos donde no hay golpes, ni sacudidas, ni efectos traumáticos. Fuera del trauma térmico.
Y tras el shock térmico, sólo instintivamente atiné a sacar la cabeza fuera del agua para alejarme del dolor. Del dolor del frío. Sólo después, aferrada a mi bote cuando me situé, pude ver a otro compañero volcado.

Espontáneamente, sin haberlo previsto, se armó un rescate paralelo y un rescate en T. La primera oportunidad en condiciones reales para todos. Ví a Marcelo acercarse, mientras otro se dirigía al otro kayak. Mi rescatista se posicionó y ahí comenzó otra batalla para mí. Mi cuerpo no respondía a cómo estaba habituada en otras prácticas. Y cuánto más intentaba acceder a las indicaciones de mi rescatista, más energía gastaba y todo movimiento era en vano, me agotaba más. Lejos del traje seco que me mantenía en calor, el frío real se hizo presente en las manos que empezaban a doler de una manera irracional. En cada intento de acompasarnos y coordinar la T, una nueva ola venía a embestirnos, era como algo de costumbre, dejar la maniobra donde estaba y aferrarme con fuerza al bote de mi compañero para no ser separados nuevamente.
Mi respuesta fue extremadamente lenta. Todo sirvió pasa sacar conclusiones en limpio. Hay que reservar la poca energía dando vueltas para utilizarla en el momento exacto. Descansar unos segundos, un minuto, tranquilos, tras el vuelco en aguas frías, es algo importante y aconsejable.
El destino por fin nos había puesto cara a cara con la realidad del lugar en el que remamos. Tras la práctica y el entrenamiento al fin había llegado el día de poder actuar para lo que nos habíamos preparado. La técnica se probó a así misma y salió limpia despejando las dudas de cómo sería en condiciones reales con mucho frío y oleaje.

Aquí cosechamos los frutos de la razón ,más allá de la pasión. El fundamento necesario cuando la pasión te impulsa a ir un poco más lejos, a lugares donde nunca te imaginaste. Cuando el kayak se metió dentro tuyo e hizo correr tu sangre alborotada, y tu cuerpo tembló. Y te sentiste pequeño. Y por qué no grande, si acaso creciste. Y recogiste frutos. Cuando tras el momento trascendental sólo deseas seguir sintiendo. Seguir creciendo. Cuando es importante estar conectado con el que fuiste, el que sos y el que apuntas ser.
Moni

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